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Documentalista del alma y poeta de la prosa. Realizador cuya obra se desarrolla en la frontera entre la razón y el misterio, la representación de la realidad y la metáfora, lo físico y lo metafísico, lo particular y lo universal. Cineasta de la interrogación y de la duda. Así fue presentado Krzysztof Kieslowski (1941-1996) al inicio del seminario impartido por Carlos Fernández Heredero y Antonio Santamarina en el marco del Curso de Cinematografía de la Universidad de Valladolid del pasado agosto.

Carlos F. Heredero y Antonio Santamarina, pareja de hecho, como suelen denominarse con humor, habitual en el Curso de cinematografía de la UVA
Un Curso que, en su 53ª edición, ha vuelto a demostrar que le avala no solo su valor de pionero en la enseñanza universitaria de la historia y estética del cine, sino, sobre todo, la calidad de su programa de formación y de los profesores y conferenciantes intervinientes. En el grupo de estos segundos, Heredero – director de “Caimán Cuadernos de Cine”- y Santamarina – Gerente de la Filmoteca Española-, ambos historiadores y críticos cinematográficos, son presencia casi ya clásica de este curso, este año por partida doble, con sendos seminarios sobre Kieslowski y sobre el cine español: en busca de un canon.
Recordando al cineasta polaco en el vigésimo aniversario de su prematura muerte, la Cátedra de Cine de la Universidad de Valladolid le ha rendido tributo dedicándole una semana de sus proyecciones y el análisis de su filmografía a través de una conferencia del escritor Jorge Praga, centrada en su primera etapa polaca, y del seminario citado, que abordó la trilogía “Tres colores: Azul, Blanco y Rojo” y su preludio: la serie televisiva “Decálogo” y el largometraje “La doble vida de Verónica”. A continuación, una síntesis de este interesantísimo seminario.
Decálogo, bajo el hálito documental y como germen de todo un estilo
Ya en sus inicios como documentalista, a finales de los años sesenta, Kieslowski se singulariza por su objetivo de poner al descubierto la verdad oculta de las cosas, en un intento de hacer visible lo invisible. No hay que olvidar que se graduó en la Escuela de Cine de Lodz con una investigación sobre “La realidad y el cine documental”. En su paso a su primer cine de ficción su lema sigue siendo: No importa dónde pones la cámara, lo importante es para qué. Cuando aborde su decálogo su intención aún será hablar metafóricamente sobre la realidad de la dictadura comunista en su país, Polonia, de ahí que sus tramas las registre influido por su pasada óptica y experiencia en el terreno documental.
“Decálogo” está inspirado en un cuadro del siglo XIV del Museo Nacional de Varsovia donde, mediante escenas de la vida cotidiana, se representan los pecados contra cada uno de los mandamientos de Moisés, concretándose en diez episodios individuales de menos de una hora. Como preámbulo, para favorecer la financiación de esta serie polaca, rueda los largometrajes “No matarás”, que obtiene en 1988 el Premio Especial del Jurado del Festival de Cannes, y “No amarás”, que también gozará de una gran acogida en los festivales donde se exhibe, luego reconvertidos en los episodios quinto y sexto, respectivamente, del proyecto televisivo.
A pesar de su inicial vinculación, “Decálogo” no busca tanto una ilustración de los preceptos de los diez mandamientos como la reflexión que suscitan los mismos a través de sus historias. Con ellas el realizador aborda la vida del hombre contemporáneo dentro de su comunidad pero visto desde una perspectiva individualista.
«Decálogo» refleja la tristeza, el cansancio y el hastío de una sociedad y de una generación, la propia de Kieslowski, que tras la imposición de la ley marcial en diciembre de 1981 y el fracaso de solidaridad del sindicato obrero polaco, vivió una sensación de derrota, que no desaparecería hasta la caída del bloque del este a finales de esa década.
Los caracteres del conjunto de esta obra estarán también presentes en la posterior de su autor, que seguirá trabajando en equipo con Krzysztof Piesiewicz como coguionista: la ambigüedad de las historias, sus finales abiertos, el itinerario desde lo general a lo más pequeño y, sobre todo, la destacada presencia del azar o cómo un acontecimiento, en principio, banal, puede trastocar una vida.
Precisamente Kieslowski rodó en 1987 la película “El azar”, donde ya se antepone este factor en su trama, en la que se desarrolla una triple posibilidad para el destino del joven protagonista según tome o pierda su tren a Varsovia: afiliarse al partido comunista polaco, situarse en la oposición militante o no intervenir en absoluto en política.
Entre los elementos temáticos que se reiterarán, destacan las ausencias o pérdidas familiares y los pasados marcados por la desgracia. Por su parte, resulta también significativo el papel funcional de los objetos, bien como creadores de tensión, bien como definidores de los caracteres de los protagonistas (signos dentro de las historias, como, por ejemplo, sucederá con los vasos y botellas de leche mostrados en muchas de ellas, si bien Kieslowski no les atribuye significados concretos sino un poder evocador, buscando que el espectador sienta lo mismo que los personajes, que se abra a lo insondable).
En el plano estético, será una constante visualizar a los personajes enmarcados o semiocultos en encuadres inusuales, reflejados en cristales o espejos, de forma que a menudo se ofrecerá la acción filtrada a través de algo que dificultará una mirada clara. Con ello Kieslowski nos conduce a una reflexión acerca del lenguaje cinematográfico como vehículo para capturar la realidad, de modo que debemos ahondar en el misterio de la propia imagen para descubrir lo mucho que contiene.

En Decálogo 1 el niño Pawel, asistiendo a una clase universitaria impartida por su padre, contempla a este fragmentado a través de los huecos de un proyector del aula
También «Decálogo» iniciará el juego de los personajes recurrentes. En este sentido, llamará la atención el del observador, con el que arranca el episodio primero mirando incluso a cámara. Se ha especulado mucho sobre el significado de este misterioso hombre que contempla en silencio a los protagonistas en instantes clave, sin función narrativa evidente pero que parece enfrentarlos a su destino. Kieslowski lo ha denominado motor del pensamiento. Interpretado por el mismo actor (Artur Barcis), excepcionalmente no está presente en el capítulo séptimo, dado que no gustó al cineasta la toma donde aparecía, y en el décimo, en cuanto no encajaba su figura en el conjunto irónico de la historia (la única con algo de humor).
El tan comentado personaje en la trilogía kieslowskiana de la persona mayor encorvada que recicla vidrio (mujer en «Azul» y «Rojo» y hombre en «Blanco» en consonancia con su protagonista masculino), usado para subrayar las diferentes actitudes vitales de sus tres caracteres principales, tuvo precisamente su origen en la anciana del Decálogo 9, que contiene, también, a través del papel de su cantante cardiópata, la semilla de una de las Verónicas encarnadas posteriormente por Irène Jacob.

Un hombre misterioso, encarnado por el mismo actor, aparece como testigo silencioso de momentos sustanciales en la vida de los protagonistas del Decálogo. En estos fotogramas presenciando en el episodio 1 cómo el profesor comprueba la solidez del hielo que recubre el lago
La música será ya relevante en «Decálogo», consolidándose la relación profesional de Kieslowski, hasta el final de sus días, con Zbigniew Preisner, responsable de las bandas sonoras esenciales para el dramatismo tanto de «La doble vida de Verónica» como de la trilogía de los colores. Precisamente estos largometrajes contendrán elementos argumentales que justificarán el empleo especial de piezas musicales creadas para la ocasión, como la sinfonía que dejó inacabada al fallecer el personaje del marido de Juliette Binoche en «Azul», o el disco que suena en «Rojo» de Van den Budenmayer (nombre de un compositor holandés del siglo XVIII inventado por Preisner y Kieslowski y que ya se menciona en el Decálogo 9, «La doble vida de Verónica» y «Azul»).

El ficticio Van den Budenmayer aparece incluso en dibujo en un CD que solicita Irène Jacob en «Rojo»
En conjunto, «Decálogo» mostrará cómo vivimos en un mundo presidido por la soledad y la muerte y nos presentará cómo sus personajes afrontan la pérdida individualmente, de ahí que se busque más filmar sentimientos que ideas. Ante la certeza del destino final del ser humano, en sus historias subyace un marcado carácter pesimista, si bien este irá remitiendo en la obra posterior de Kieslowski.
La doble vida de Verónica ¿el decálogo 11º?
Ya caído el muro de Berlín y disuelto el llamado bloque del este, Kieslowski concluirá en 1991 el largometraje «La doble vida de Verónica«, que por sus conexiones temáticas y estilísticas con la serie televisiva, en especial su capítulo noveno, ha llegado a ser calificado como el Decálogo 11. Impregnado de misterio, con este film su director intentó dar una interpretación a esas sensaciones de familiaridad que experimentamos ante personas o lugares desconocidos, concretadas en la intuición de su protagonista de que existe alguien más igual que ella. Para ello Kieslowski recurre al tema del doble, muy cinematográfico desde la película muda alemana «El estudiante de Praga«, que desplegará mediante Irène Jacob interpretando tanto a la polaca Weronika, cantante de un coro, como a la francesa Véronique, profesora de música. A través de esas dos vidas paralelas en la distancia y el tema de la identidad se planteará una disyuntiva: sacrificar la vida por el arte o renunciar al arte por la vida.

La escena en la que las dos Verónicas coinciden por única vez en el mismo espacio físico: la plaza polaca donde la cantante reconocerá a su doble francesa como una turista que sube a un autobús mientras no para de hacer fotos
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