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63ª Semana Internacional de Cine Valladolid, Ága, Bloodless, Elías León Siminiani, Exposición, Gina Kim, Head full of honey, La primavera rosa en Brasil, Melita, Milko Lazarov, Miniminci, Premios, Realidad Virtual, Seminci, Seminci 2018, Transmedia, Val del Omar, Valladolid
La 63ª edición de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci) concluyó el pasado sábado 27 de octubre. A lo largo de ocho jornadas se proyectaron 170 largometrajes y 77 cortos, 112 de ellos estrenos, en diez salas diferentes. Un paraíso para cualquier cinéfilo por la cantidad y calidad de títulos a escoger distribuidos entre sus tradicionales Sección Oficial, Punto de Encuentro y Tiempo de Historia, y el resto de secciones que han ido enriqueciendo y diversificando su contenido: Spanish Cinema, Doc.España, Seminci Joven, Miniminci y Cine&Vino. Nuestro vecino peninsular era el país invitado de este año en el marco del ciclo Cine portugués del siglo XXI. El centenario del nacimiento de Ingmar Bergman y el 50 aniversario del Mayo del 68 francés tuvieron su celebración con proyecciones específicas. Entre las retrospectivas, las dedicadas al cine independiente norteamericano de los años 90 y a la filmografía del iraní Mohammad Rasoulof. Y entre otras interesantes actividades, sendas clases magistrales de Juan Antonio Bayona, Icíar Bollaín y Miguel Gomes, así como tiempo para la reflexión y el debate mediante el desarrollo del II Foro de Mujeres en el Cine Español, que reunió a una treintena de productoras españolas que abordaron el papel de la mujer en el ámbito de la industria fílmica española (aquí sus conclusiones), y las Jornadas de Cine y Cambio Climático, que plasmaron lo acordado en el Manifiesto El cine español frente al cambio climático, que promueve la creación de un Sello de Rodaje Verde que garantice y premie el espíritu sostenible de las futuras producciones (este 2018 se otorgó también por primera vez la Espiga Verde, reconocimiento a la película que mejor representase los valores medioambientales).
AtmósferaCine este año solo pudo asistir a las tres últimas jornadas del sabroso banquete ofrecido por este veterano festival, suficiente para regresar con un gran sabor de boca. De lo más nutritivo escribiremos próximamente. Como apertura, un panorámico testimonio gráfico de vivencias y paisajes transitados durante esos suculentos días.
El Teatro Calderón, sede principal de la Seminci, se engalanó de nuevo. En esta ocasión presidía su fachada el sonriente rostro elegido como imagen del cartel oficial de esta edición: titulado «Todo por ver», con él su autor, el leonés Jorge Barrientos Villoria, quiso reflejar la mirada amable e inclusiva, sin marca de distinción entre hombre, mujer, edad o raza, donde cabe todo el mundo apasionado por un cine alternativo y de autor comprometido con la calidad visual y narrativa.
Ese minimalista rostro se reprodujo en diversas variaciones, como la usada para la última publicación del festival que incluía su completo palmarés. En la instantánea inferior, el listado de las ganadoras de la Sección Oficial. Consulta desde su web las premiadas en todas las categorías.
Otra imagen clásica, la de la calle Santiago, vía vertebral del corazón de la ciudad, con su alfombra verde, en referencia a la entidad bancaria patrocinadora, flanqueada por carteles con una selección de la programación. Como curiosidad, el póster de una serie, Gigantes, guiño a su apuesta por este formato audiovisual en el marco del diverso posicionamiento de los festivales cinematográficos sobre si servir o no como espacios divulgativos de las producciones destinadas a la pequeña pantalla. En este caso la elección de la serie dirigida por Enrique Urbizu (presentada precisamente en el pasado Festival de cine de San Sebastián) no era casual, al protagonizarla José Coronado, al frente del reparto del largometraje que inauguraba la Seminci: Tu hijo, de Miguel Ángel Vivas, cuyo cartel podía verse unos metros más allá.
La céntrica calle Regalado, recientemente semipeatonalizada, también daba testimonio de su vínculo con el festival mediante su decoración con gigantes dibujos infantiles a modo de fotogramas animados.
Precisamente el festival pucelano cuida especialmente a las nuevas generaciones de espectadores a través de la inclusión en su oferta de dos programaciones específicas para los más jóvenes: la Miniminci y la Seminci Joven. Dentro de la primera este año se han proyectado títulos como Dilili en París (Michel Ocelot, 2018), Mirai, mi hermana pequeña (Mamoru Hosoda, 2018), El malvado zorro feroz (Benjamin Renner, Patrick Imbert, 2017), La rebelión de los cuentos (Jakob Schuh, Jan Lachauer y Bin-Han To, 2016) y el clásico de Buster Keaton El maquinista de la general (1926) con música en directo; y dentro de la segunda han podido verse largometrajes como El pan de la guerra (Nora Twomey, 2017), Barley fields on the other side of the mountain (Tian Tsering, 2017), Con amor, Simón (Greg Berlanti, 2018, que se alzó con el galardón de esta categoría), incluyendo también las películas LGTBI de Punto de Encuentro Rafiki (Wanuri Kahiu, 2018) y de Sección Oficial The miseducation of Cameron Post (Desiree Akhavan, 2018, que terminó llevándose la Espiga de Plata).
Este año se han echado en falta más ruedas de prensa con presencia de los responsables de las películas de la Sección Oficial, si bien las realizadas han resultado muy útiles para conocer claves importantes de las obras en cuestión. Personalmente solo pude asistir a la de Ága, que obtuvo el premio al Mejor Nuevo Director para el búlgaro Milko Lazarov y la primera Espiga Verde. En su encuentro con la prensa Lazarov definía este su segundo largometraje como una metáfora que narra los cinco minutos anteriores al apocalipsis. Para él, esta historia sobre una anciana pareja de esquimales, Nanook y Sedna, ambientada en un indefinido paraje muy al norte y con temperaturas de rodaje en torno a los 42 grados bajo cero, contrasta una forma de vida detenida en un tiempo pasado con la industrializada donde reside su única hija, Ága, que abandonó el hogar familiar por desavenencias con su padre. Para Lazarov, Ága representa la esperanza y Nanook, la sabiduría. Datos, sin duda, curiosos para intentar comprender la trama desde la óptica de su autor. La joven productora del film, Veselka Kiryakova, que acompañaba al realizador, reconoció que aunque la película había llegado ya a las salas comerciales de Alemania y tenía fecha de estreno en otros países europeos, en España todavía no contaba con distribuidora. Seguro que el panorama ha cambiado gracias a los dos galardones de esta Seminci. Al fin y al cabo, ese es uno de los objetivos de todo festival: contribuir a la difusión de los trabajos seleccionados.
Entre las novedades de este año, la posibilidad de explorar las nuevas narrativas visuales con seis cortos inéditos en España de realidad virtual en la incorporada actividad «Seminci Transmedia». El concepto transmedia define un tipo de relato en que la historia se despliega en diferentes medios y soportes de comunicación. Pude experimentarlo en los dos primeros pases programados en la sala inferior del Teatro Zorrilla, que ofrecían tres piezas que aprovechaban de formas bien distintas esta propuesta de inmersión audiovisual. La primavera rosa en Brasil, corto de Mario de la Torre integrante del proyecto documental Hacia una primavera rosa, que recoge las dificultades que atraviesa la comunidad LGTBI+ en diferentes países, con su fórmula de testimonios dirigidos a cámara y fragmentación de los entrevistados en múltiples cuadros envolventes, no potencia especialmente su mensaje de denuncia, que igualmente podría llegar con el formato convencional, si bien acierta con su final transportándonos a los pies del monumental Cristo Redentor de Río de Janeiro, donde entre la multitud de despreocupados turistas gozando de las vistas asistimos en ventanas simultáneas a diversos sucesos violentos contra personas LGTBI+. Melita, por su parte, de Nicolás Alcalá, propone integrarnos en un mundo similar estéticamente al de los videojuegos de ciencia ficción, con una historia de animación entre Melita, una Inteligencia Artificial avanzada, y Anaaya, una brillante científica inuit, embarcadas en un viaje de búsqueda de un nuevo planeta habitable para los humanos ante el colapso del suyo. Una fantasía donde, incluso con sus esquematismos visuales, el recurso tecnológico funciona al permitirnos focalizar nuestra atención en un fascinante mundo de color (con espectáculo de auroras boreales incluido) en 360 grados de visión. Dejo premeditadamente para el final el corto Bloodless, el primero que vi y el más impactante, donde su realizadora Gina Kim transforma el caso real de una trabajadora sexual brutalmente asesinada por un soldado estadounidense en Corea del Sur en 1992 (uno de los innumerables delitos de sangre cometidos por personal militar estadounidense asentado en campamentos coreanos donde explícitamente se les ofrece prostitución), en una emocional experiencia de empatía sin mostrar ninguna imagen de violencia ni el cuerpo inerte de la víctima, simplemente siguiéndola de noche por las sombrías calles de la zona, momentos antes de descubrir los efectos de su muerte. Las sensaciones de aislamiento e indefensión, el impresionante momento de ella frente a nosotros (destruyendo nuestra cómoda posición de espectadores pasivos) y el contundente desenlace, sobran para aplaudir aquí el sistema VR como herramienta para multiplicar la carga trágica de los hechos sin, paradójicamente, recurrir al morbo de la representación. No me extraña que, según leí después, atesore un buen puñado de premios, entre ellos, a la Mejor Historia de VR en el 74º Festival Internacional de Cine de Venecia y al Mejor Cortometraje de Realidad Virtual en el 15º Festival de Cortometrajes de Bogotá, además de haber sido seleccionada por la revista Filmmaker como la mejor narración de realidad virtual de 2017.
Mención aparte merecería el espectáculo de contemplar al resto de compañeros y compañeras de la sesión viviendo estos relatos ataviados con sus gafas y cascos de audio y sin parar de moverse alrededor suyo en captura de empaparse mejor de esta singular experiencia.
Futuro y pasado a veces se dan la mano en propuestas vanguardistas. La Seminci, que acostumbra a contar siempre con interesantes exposiciones en torno a figuras vinculadas al cine (en 2017, como escribí aquí, dedicadas a Roland Topor y a Luis Laforga), en esta edición nos regaló la posibilidad de aproximarnos a uno de nuestros artistas experimentales más personales y también más desconocidos para el gran público: el granadino José Val del Omar, cuyo inusual mediometraje Fuego en Castilla. Tactilvisión del páramo del espanto, fue rodado a mediados de los años 50 en el Museo Nacional de la Escultura de Valladolid, que aloja, hasta el 3 de febrero de 2019, en su Rincón Rojo, la posibilidad de descubrirlo junto a una serie de fotografías que documentan su creación.
El largometraje Head full of honey (Miel en la cabeza) clausuró las proyecciones con lleno absoluto de público. De alabar su finalidad divulgativa y para todos los públicos de la dura enfermedad de Alzheimer, aquí tratada a través de la relación de un anciano viudo que la sufre y de su pequeña nieta, que busca estimular a su deprimido abuelo escapándose con él a Venecia, rememorando los buenos tiempos de su luna de miel (en un juego con el título del film referido a cómo se siente el deterioro mental). Desigual en su combinado de humor, que redunda en lo inverosímil, y su tono dramático, donde sí logra conmover, su mayor baza reside en su elenco protagonista: el veterano Nick Nolte (que salva a su personaje de la concesión a la lágrima fácil), Matt Dillon (Espiga de Honor de este año), Emily Mortimer (casi actriz fetiche tras su doble presencia en la edición pasada con la película inaugural La librería y la divertida The party), Sophie Lane Nolte (hija de Nick Nolte que, precisamente, interpreta a su nieta) y Jacqueline Bisset (en un corto pero sustancioso papel). Como curiosidad, su director, el también actor alemán Til Schweiger, hace un pequeño cameo como camarero, habiéndose reservado la figura del padre (aquí, Matt Dillon) en su primera versión cinematográfica de esta historia, rodada en Alemania en 2014.
En todo festival, entre el numeroso cine visto, cada espectador suele irse con, al menos, un título que recordará de forma significativa, vinculado indisolublemente a la cosecha de ese año. Particularmente, la película que ya justificaría mi asistencia a esta Seminci resulta ser una obra cien por cien de autor: Apuntes para una película de atracos, que contó con su director, Elías León Siminiani, como presentador de lujo. Con un memorable coloquio tras su proyección en los cines Broadway concluí mi Seminci 2018. De su contenido y de este especial documental daré buena cuenta más adelante.
Los carnosos labios, emblema del festival y parte de su photocall, volverán a brillar como símbolo del amor al cine dentro de un año. Hasta entonces, ¡enhorabuena y gracias por esta 63ª Semana!
Próxima publicación: Mi top 5 de largometrajes de esta Seminci.
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¡Gracias, AlmaLeonor!
Pero qué lujo es leerte. Me ha encantado tu paseo por Seminci y cómo cuentas ese interesante proyecto en tu post anterior sobre cómo acercar el cine a los más pequeños.
Disfrutándote.
Beso
Hildy
La Seminci es un valor seguro de inmersión en cine de autoría singular, dando a conocer muchas películas que, de no ser por espacios como este, no llegarían a estrenarse comercialmente. Imagino que eso sucederá, por ejemplo, con Ága, cuyos dos premios contribuirán a que encuentre distribuidora en España.
Y sí, La Linterna Mágica es otro sobresaliente escaparate divulgativo, en este caso, para sembrar y cultivar la semilla cinéfila desde los primeros años, tan importante sobre todo en estos tiempos de uso de pantallas cada vez más pequeñas…
Besos y muchas gracias por tu comentario.