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«Me di cuenta de la multitud de historias fascinantes que se pueden contar dentro de la vida de uno sin tener que ir a buscar historias afuera», decía Sarah Polley en «Stories we tell» (2012), su deslumbrante debut en el documental, que llegó a incluirse en la lista de las 100 mejores películas del siglo XXI por la BBC.

«Cuando estás en medio de una historia, la historia no es historia, sino confusión. Un oscuro rugido, una ceguera, una ruina de vidrios rotos y madera destrozada, como una casa en un huracán o un barco aplastado por los icebergs o arrastrado por los rápidos y que la tripulación es incapaz de detener. Es después cuando se convierte en una historia, cuando te la cuestas a ti mismo… o a otra persona». Con este sugerente párrafo de la novela «Alias Grace» (1996), de la escritora canadiense Margaret Atwood, arrancaba el filme de Polley, adelantando cómo, a través de la batuta de un guion y un montaje modélicos, es posible orquestar un variopinto surtido de recuerdos familiares en una armónica sinfonía que nos envuelva.

Junto con «Stories we tell», cabría ofrecer un brillante ciclo fílmico proyectando «My Mexican Bretzel» y «Video Blues», debut y segundo largo, respectivamente, en la dirección de Nuria Giménez Lorang y Emma Tusell, cuyas tramas se centran también en la memoria y en los especiales modos en que podemos contar los hechos de nuestras vidas. Dos extraordinarios documentales de creación, para quien esto escribe ya en su listado de mejores títulos españoles de este 2020, que contienen, como «Stories we tell», un misterio narrativo que conviene no desvelar.Fotogramas de My Mexican Bretzel y Video Blues

MY MEXICAN BRETZEL (2019, España, Dirección: Nuria Giménez Lorang. 73 minutos)

Uno de los títulos más vistos de la última edición online del D’A Film Festival Barcelona, que terminó alzándose con el Premio del Público. Se anuncia su estreno en las salas comerciales españolas el 6 de noviembre de 2020. Ocasión imperdible para apreciar en una gran sala su singular tratamiento del sonido, como advertía su directora en su presentación virtual en el citado festival.

My Mexican Bretzel- Nuria Gimenez

Sinopsis

Mediante fragmentos de los textos del diario de Vivian Barrett combinados con grabaciones domésticas de los años 40 y 60 de su marido Léon, asistimos a los pensamientos íntimos de una mujer de clase acomodada sobre su vida familiar, sus inquietudes y frustraciones. Un cruce entre el melodrama, que nos lleva de viaje por múltiples destinos, y el poder de la experimentación fílmica como articuladora de un asombroso relato.

Su verdad: el dispositivo cinematográfico como mágico reinventador de la realidad

Nuria Giménez descubrió en Suiza 50 bobinas de película rodada en 8 y 16 mm que sumaban 29 horas de grabaciones caseras en torno a un matrimonio. En un creativo ejercicio práctico de found footage, a lo largo de cuatro años de trabajo, recompuso una dinámica y subyugante trama tejida en capas: las palabras de Vivian Barrett sobre las imágenes silentes rodadas por Léon Barrett, dos perspectivas cuya suma reinterpreta lo inmortalizado en celuloide. Como tercer mimbre, las lapidarias frases del gurú indio Paravadin Kanvar Kharjappali pertenecientes a un enigmático Libro rojo sin título, editado en México en 1919, que Vivian encuentra casualmente y que incorpora en su diario sirviéndole de guía en sus reflexiones. Frases que aportan sustanciosas pistas de la tramoya de lo mostrado: «La mentira es solo otra forma de contar la verdad» o «Dios duda también de tu existencia»; no hay más certezas que las que queramos creer. La inteligente manipulación fílmica de la directora y guionista sabrá explotar el juego de la suspensión de la incredulidad, no en vano conoce bien, como ese búho de la pesadilla recurrente de Vivian, que el cine se sustenta en saber atrapar, y no soltar, la atención del espectador. Y lo logra con una vitalista historia que, más allá del melodrama de una mujer acaudalada, nos habla de sentimientos universales donde reconocernos, desde la frustración al renacer de la ilusión pasando por la duda de encrucijadas donde elegir entre el deber y el deseo. De fondo, el reconocimiento explícito de la cámara como vehículo de aprehensión y, a su vez, motivadora de un cambio del sujeto que captura, o como expresa Vivian: «Estoy harta de que solo me mire cuando me enfoca»; «Ya no sé si filmamos lo que hacemos o hacemos lo que hacemos porque lo filmamos».

Articulándolo todo en una atrevida dramaturgia formal, Nuria Giménez como hábil prestidigitadora demostrando que en la verosimilitud reside el potencial hipnótico de todo gran relato.

La voz y la palabra

MacLuhan desarrolló una elaborada diferenciación entre el lenguaje escrito (existente en el espacio visual) y el lenguaje oral (existente en el espacio auditivo), que determina su capacidad para generar dos tipos distintos de captación espacial. Nuria Giménez escoge la radical opción de sustituir la convencional voz en off por la sobreimpresión continua en las imágenes de los textos de Vivian (en sutil guiño de contraste a los intertítulos del primigenio cine mudo), de modo que la no-dicción no solo permite concentrar más nuestra atención en el espacio visual, sino que la lectura de los pensamientos de la protagonista sin una voz que nos condicione deja margen a que en cada espectador cale la historia según su sensibilidad. Cierto que la ausencia de voz provoca un extrañamiento inicial en las primeras secuencias, pero termina difuminándose a medida que el relato visual y su atmosférico acompañamiento sonoro van cubriendo ese hueco, como aguas que ganan su terreno haciéndonos olvidar el vacío original. Y si Susan Sontag en su ensayo «La estética del silencio» abogaba por este como una forma de lenguaje y un elemento del diálogo, la realizadora de «My Mexican Bretzel» lo aplica de forma ejemplar: no solo prescindiendo de la palabra verbalizada, sino usando las pausas y los medidos efectos sonoros del conjunto como antesala de significativos subrayados.

Una arriesgada apuesta cuyo balance es una película que reinventa la raíz de la fascinación audiovisual.

Tráiler

VIDEO BLUES (2019, España, Dirección: Emma Tusell, 74 minutos)Video Blues-Emma Tusell

Sinopsis

Emma repasa su historia familiar a través de grabaciones que se remontan a su infancia. Las filmaciones caseras de finales de los años 80 de su padre en sus viajes conjuntos, las posteriores impulsadas por ella implicando a su madre y los registros de su viaje a la India como tributo a ambos, la confrontan con los sentimientos hacia sus progenitores, con lo que cree saber sobre ellos, con sus heridas del pasado y sus inquietudes crecientes. Un camino de autodescubrimiento donde la imagen, manipulada a conciencia como objeto de evocación, será a la vez escalpelo y objeto de disección.

Su verdad: La memoria y su subjetividad como fuente y motor de una identidad en continua construcción.

Emma Tusell acumula más de quince años como montadora de cine (“Tiempo después”, de José Luis Cuerda, y “Magical girl”, de Carlos Vermut, entre sus últimos trabajos) y se pregunta si eligió esa profesión por su pasión de ver los “brutos” grabados por su padre, el productor Félix Tusell. En “Video Blues”, ante la herencia de numerosas cintas domésticas, despliega su pericia montando su propia historia personal con el ritmo introspectivo de los mejores blues musicales. Nos traslada a los viajes familiares de su infancia a través de grabaciones informales intentando capturar lo que latía detrás: “Las he visto un montón de veces. Tienen un misterio, algo escondido. Como un mensaje del pasado… como si desde el pasado me quisieran decir algo, un enigma, un jeroglífico”. Mostrar la aparente evidencia para descubrir su sentido subyacente, o el cine como el arte en términos de Godard: no tanto el reflejo de la realidad como la realidad del reflejo. Investigar sobre un padre, percibido casi como un desconocido (“Conozco a mi padre a través de su mirada”; “¿Por qué elige registrar a vivir?”); inmortalizar a una madre frente a su próxima pérdida; crecer aligerando cargas pasadas… un proceso donde la cineasta-personaje nos involucra mediante una cálida atmósfera de intimidad. Que “Tiempo de vida” fuera su título original ya resultaba elocuente, partiendo de algo que ha sucedido si bien demostrando cómo la memoria personal se construye a base de subjetividad, que es la que dota de sentido a nuestras experiencias y termina construyendo nuestro relato vital. El nombre “Video Blues”, además del guiño a la melancolía que se asocia a ciertas remembranzas, le añade semánticamente ese componente de variaciones similares a las del jazz que se erige en otro gran hallazgo del filme, tanto en su desarrollo estructural (esos juegos con los planos, que avanzan, retroceden, se detienen, al igual que las secuencias en sus bailes cronológicos) como en el argumental al revelar cómo somos capaces de modificar nuestra percepción (del otro y de nuestro propio yo) según el espejo y momento en el que miremos. No existe la Verdad de unos hechos, cada cual puede sentir la suya, cambiante incluso en función de las circunstancias (la maternidad como salto crucial para entender mejor a tus padres). O de cómo avanzando el camino cabe variar incluso la versión que sintamos de nosotros mismos.

La voz y la palabra

La directora se pone en escena a través de un audiocomentario de las filmaciones en la que dialoga con un interlocutor masculino. El tono distendido de la conversación, en la que sus diversos puntos de vista subrayan el carácter nada neutral de las miradas, irá cobrando protagonismo en el relato, desde el mero acompañamiento sonoro hasta su inserción progresiva y activa en el mismo. De este modo, inicialmente asistimos a una retrospectiva en imágenes donde tan interesante resulta la lectura de Emma Tusell de su pasado familiar, plagado de incertidumbres y emociones encontradas, como la más segura opinión de aquel con quien habla, ilustrando la maleable impresión que otorga la distancia. Esa distancia emocional que, como la focal fotográfica a la que se alude en una secuencia, marca la intensidad de todo registro sensitivo del entorno. Y poco a poco, en un tiempo fílmico dialogado que se solapa sobre el visual en un avance ingeniosamente dispar, Emma y Javier pasarán de narradores invisibles a personajes presenciales. Llegados a este punto, como si nos despertáramos en un recinto impensable al comenzar la visita, nos han hecho traspasar el otro lado del espejo de Alicia sin apenas darnos cuenta.

En la expresión de todo ello, “Video Blues” no solo no oculta la artificiosidad del proceso cinematográfico sino que lo explota al máximo gracias a un guion y un montaje prodigiosos que nos llevan fluidamente, con sus cuidados meandros que rompen la linealidad, por el río de una biografía familiar que desemboca en una experiencia cinematográfica tan inusual como estimulante. Puro cine partiendo de la vida.

Tráiler

 

My Mexican Bretzel-Fotograma

Imaginación en acción: saber ver más allá de lo plasmado en la superficie de un registro audiovisual.

“Le regard de Charles”, “Andrey Tarkovsky. A cinema prayer”, “My Mexican Bretzel” y “Video Blues”, cuatro obras nada convencionales impulsadas, estimuladas o directamente creadas por descendientes de sus protagonistas que saben convertir los legados visuales de partida en cuatro miradas autorales que rezuman la autenticidad del Arte.