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Hay lecturas que se desvanecen al poco, otras perduran un tiempo y terminan difuminándose sin apenas percatarnos, pero algunas nos impregnan tan intensamente que se funden en nuestro interior para nunca abandonarnos. “La sombra del viento” pertenece a esta última estirpe.

La sombra del viento-Libro-Cine-Foto Atmosferacine

El pasado 25 de septiembre su autor, Carlos Ruiz Zafón, hubiera cumplido 56 años. Un cáncer de color nos lo arrebató prematuramente el 19 de junio de este aciago 2020. Entre su legado, tras su exitosa etapa en la narrativa juvenil, el maravilloso universo adulto ideado en torno al Cementerio de los Libros Olvidados (emparentado con Borges y Umberto Eco), una tetralogía literaria que inició en 2001 con “La sombra del viento” y que continuaría con “El juego del ángel” (2008), “El prisionero del cielo” (2011) y “El laberinto de los espíritus” (2016).

Cubiertas evocadoras. Las portadas de los 3 primeros libros de la serie se compusieron con instantáneas de Francesc Català-Roca (1922-1998); la del último, con una del también fotógrafo catalán Gabriel Casas (1892-1973)

Este es mi particular recuerdo a un autor que amó tanto al cine que en 1993 emigró a la meca de sus sueños, Los Ángeles, para profesionalizarse como guionista a la par que seguía cultivándose como espectador, y que amó tanto a la literatura que nunca cedió a las propuestas casi mefistofélicas, económicamente hablando, para adaptar a la gran pantalla la novela que le otorgó el reconocimiento mundial. Porque “La sombra del viento”, el libro en español más leído tras El Quijote y “Cien años de soledad”, es la cima de su brillante tributo a la palabra escrita, y como él declaró sería una traición a su naturaleza permitir que se trasladara a otro lenguaje, máxime al audiovisual, precisamente por lo bien que él lo conocía por su trabajo como guionista cinematográfico y, antes de ello, como creativo en agencias de publicidad.

Por si fuera poco, aprovechando sus dotes como compositor, que le llevaban incluso a que sus creaciones al piano le sirvieran de inspiración para las novelísticas, nos regaló la banda sonora con la que acompañar la visualización del mundo que nos ofrecía en sus páginas. Mientras escribo esto, escucho las 24 pistas del CD que puede adquirirse junto al libro, conjunto de piezas concebidas a lo largo del tiempo (algunas disponibles aquí) que, a petición de la Orquesta Sinfónica del Vallés, Ruiz Zafón integró en una única suite presentada en febrero de 2014 en el barcelonés Palau de la Música. Con predominio de solos de piano y varios momentos sinfónicos que no desmerecen a los de su admirado John Williams (que felizmente llegó a conocer y del que conservaba con orgullo una página de la partitura original, dedicada, de “La guerra de las galaxias”), la textura de sus notas románticas, melancólicas, misteriosas, traducen a la perfección la esencia de la atmósfera vaporosa de la Barcelona gótica, plagada de enigmas, en la que se desenvuelve la historia de un niño de diez años, Daniel Sempere, cuya fascinación por una singular novela, “La sombra del viento” (descubierta en una gigantesca y secreta librería de geometría imposible), marca su vida arrastrándole a una trama detectivesca, salpicada de amores y traiciones, que nos subyugará y nos dejará sin aliento hasta su desenlace. Personalmente, rememorando muchos de sus ecos a través de las sugerentes melodías, no dejo de resistirme a liberarme del embrujo que me causaron sus 569 páginas.

Como glosar sus incontables virtudes excedería un artículo de extensiones razonables, me limitaré a sus guiños y menciones cinematográficas, amén de los destellos que han provocado en mí, se aproximen a las intenciones de su autor o no, que no en vano parte del valor de las grandes obras reside en su infinito poder de evocación, estimulando nuestra imaginación, nuestra memoria, nuestra capacidad para volar mucho más allá de la aparente literalidad. Como dice el personaje de Julián Carax, el misterioso autor del libro que da nombre a la novela (en la página 250 de la edición de Planeta en su Colección Booket, que seguiré como referencia):

“Los libros son espejos: sólo se ve en ellos lo que uno ya lleva dentro”.

Letras con rasgos de estilo del mejor cine negro

Arrancando la trama en 1945, su desarrollo hasta 1956 (amén de su salto a 1966 a modo de breve epílogo) coincide con la época dorada de Hollywood, donde brillaba con luz propia el cine negro, precisamente uno de los géneros favoritos de Carlos Ruiz Zafón, que reconoció entre sus títulos predilectos algunos míticos de aquellas décadas como “Perdición” (Double indemnity, 1944), “El sueño eterno” (The big sleep, 1946), “Historia de un detective”(Murder, my sweet, 1944) y “El crepúsculo de los dioses” (Sunset Boulevard, 1950), y otros posteriores que bebían de su esencia, como “Chinatown” (1974), “Pulp fiction” (1994) y “L.A. Confidential” (1997). Y como favorita total: “Blade Runner”, que en la versión inicialmente estrenada en 1982, con la voz en off que vertebraba su relato, no dejaba de ser un filme de dicho género en clave futurista. Conocida esta predisposición, resulta fácil relacionarla con las atmósferas nocturnas y húmedas, la investigación de un misterio, la mansión siniestra otrora esplendorosa (“Ciudadano Kane” era otro largometraje de culto para Ruiz Zafón), que discurren de una forma tan gráfica por las hojas de “La sombra del viento”.

No es difícil relacionar las amenazantes primeras apariciones de Harry Powell en «La noche del cazador» (The night of the hunter, 1955) con las del lóbrego Laín Courbert, el hombre sin rostro (con ecos del mejor cine de terror y una gran sorpresa escondida) que acecha al joven Daniel Sempere instándole a que le entregue «La sombra del viento» en su afán de destruir toda la obra escrita de su autor (págs. 51-52, 68, 113). Tampoco será gratuito que en una de las ocasiones le espíe mientras está en el cine viendo un largometraje detectivesco protagonizado por Verónica Lake, actriz por la que siente devoción Fermín, uno de los personajes más memorables de la novela.

El entrañable Fermín Romero de Torres, apasionado de las estrellas de la gran pantalla

Como sucede en tantas películas, a veces el carisma de un personaje secundario roba foco al protagonista cuando le acompaña. En este libro sucede con Fermín Romero de Torres, que pasa de mendigo de gran locuacidad a eficaz colaborador de Daniel, una suerte de Sancho Panza y doctor Watson con un gracejo pícaro sin par. Genio y figura, y sobre todo nariz, como lo describe Carlos Ruiz Zafón en una afectuosa columna en El País (leer aquí) que le dirige en 2016 con ocasión de la publicación del último libro de la saga, dispuesto a «prender las luces del gran decorado del Cementerio de los Libros Olvidados por última vez».

A este personaje le debemos muchas de las comparaciones cinematográficas que surcan el libro:

«- Cualquiera lo tomaría por un artista de cine (…) – Pues a mí, me parece usted Charles Boyer, por la percha-objetó mi padre-.» (dirigiéndose a Fermín, pág. 103). Piropazos al equipararlo con este actor francés, cuyos papeles como el del ladrón Pepe Le Moko en “Argel” (Algiers, 1938, precedente evidente de “Casablanca”), el play boy de “Tú y yo” (Love affair, 1939), el seductor de “Si no amaneciera” (Hold back the dawn, 1941) o el pianista de doble faz de “Luz que agoniza” (Gaslight, 1944), esculpieron su aura de sofisticado galán con un toque canalla.

«- Y por eso quiero ser alguien de quien ella pueda estar orgullosa. Quiero que piense: mi Fermín es un cacho de hombre, como Cary Grant, Hemingway o Manolete (pág. 223). Toda una declaración de principios de Fermín, pensando en su amada Bernarda, tomando como referencia, junto a un escritor y a un torero, a uno de los actores más atractivos y exitosos del momento, que triunfó en sus comienzos con papeles tan masculinos como el sargento del ejército británico «Gunga Din» (1939) y el piloto de «Solo los ángeles tienen alas» (Only angels have wings, 1939), y se consagró con una variada gama de tipos donde nunca faltaba la elegancia y el humor.  La cita no es tampoco nada gratuita siendo que es precisamente uno de los intérpretes favoritos de otra sustanciosa secundaria de la historia, la Bernarda; según la cual, Cary Grant, «después de José Antonio, era el hombre más guapo de la historia.
— Oiga, y dicen que Cary Grant es de la acera de enfrente —murmuraba ella, atiborrándose de chocolatinas—. ¿Será posible?«. (pág. 59)

«- Ande, se va usted a buscar a la Bernarda y se la lleva al cine o a mirar escaparates por la calle Puertaferrisa cogida del brazo, que a ella eso le encanta. (Daniel a Fermín, que corre a acicalarse a la trastienda) (…) Cuando salió parecía un galán de peliculón, pero con treinta kilos menos en los huesos.» (pág. 162)

«- Dime, ¿cómo te haces llamar ahora, cabroncete? ¿Gary Cooper?...» (pág. 337). Esta pregunta sarcástica del temible inspector Fumero a Fermín contiene su doble filo habiendo por entonces el actor encarnado personajes tan íntegros y fieles a sus principios como los del arquitecto de «El manantial» (The fountainhead, 1949) y el sheriff de «Solo ante el peligro» (High noon, 1952).

«– Espero no haberle asustado. La Bernarda dice que dormido parezco el Boris Karloff español» (pág. 371). Fermín demuestra también tomarse a sí mismo con humor aceptando la comparación con este actor británico famoso por dar vida a monstruos como Frankenstein y la momia en sus versiones más icónicas.Gary Cooper-Charles Boyer-Boris Karloff-Cary Grant

Fermín sintetizará a la perfección la fascinación que las estrellas de cine provocaban en un gran sector del público. Especialmente divertida resulta la descripción de su momento epifánico a tal respecto:

«¿No le gusta a usted el cine, Fermín? 

– En confianza, a mí esto del séptimo arte me la repampinfla. A mi entender no es más que pábulo para atontar a la plebe embrutecida, peor que el fútbol o los toros. El cinematógrafo nació como invento para entretener a las masas analfabetas, y cincuenta años más tarde no ha cambiado mucho.

Toda aquella reticencia cambió radicalmente el día que Fermín Romero de Torres descubrió a Carole Lombard.(pág. 110)

Posteriormente, en la página 371, Fermín confesará, tras ser despertado abruptamente, que estaba «soñando con Carole Lombard«, los dos en Tánger en unos baños turcos.

La estadounidense Lombard compuso uno de sus mejores papeles, por el que fue nominada al Oscar, en «Al servicio de las damas» (My man Godfrey, 1936), donde su alocada Irene Bullock establecerá una peculiar relación con quien conoce como vagabundo pero pronto se revelará como un locuaz e ingenioso acompañante, lo que guarda cierto paralelismo con Daniel y Fermín. La brillante sátira antinazi «Ser o no ser» (To be or not to be, 1942) sería su inesperada despedida del cine, al perder su vida en un accidente aéreo justo un mes antes de su estreno.

«En pocos segundos, Verónica Lake hacía su entrada en escena, y Fermín había saltado de dimensión.» (pág. 112)

Constance Frances Marie, neoyorkina rebautizada para el cine como Verónica Lake por sus profundos ojos azules, se consumó como una de las actrices más bellas y carimásticas del cine negro y de la comedia sofisticada con interpretaciones como las de “Los viajes de Sullivan” (Sullivan’s travels, 1941), “El cuervo” (This gun for hire, 1942), “Me casé con una bruja” (I married a witch, 1942), “La llave de cristal” (The glass key, 1942) y “La dalia azul” (The blue dahlia, 1946). Icónico su peinado Peekaboo: larga melena ondulada con raya a un lado y un mechón semiescondiendo, con toque de reserva, uno de sus ojos; imitado a modo de homenaje, medio siglo después, por Kim Basinger en la ya citada favorita de Ruiz Zafón «L.A. Confidential».Carole Lombard-Veronica LakeL.A. Confidential-1997-Poster

«Bea bebía anís en copa alta, gastaba medias de seda de La Perla Gris y se maquillaba como las vampiresas cinematográficas que perturbaban el sueño de mi amigo Fermín.» (pág. 119)

Unas vampiresas no precisamente de origen transilvano, sino todo un arquetipo fruto de ese cine negro donde un personaje femenino causaba la perdición del protagonista, como una sucesora de la malvada Eva que provocaba la expulsión del paraíso del inocente Adán. Un estereotipo de género que reflejaba muy bien la maniquea representación de la mujer en la gran pantalla. Con su sorna característica, Fermín Romero de Torres denomina a esta clase de historias fílmicas “el cuento de la mantis religiosa”.

Continuará