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«El alma de un vestido es el cuerpo de una mujer», dice el famoso modisto de Falbalas (Jacques Becker, 1945) en su obsesión creativa. Este largometraje, precedente de El hilo invisible (Paul Thomas Anderson, 2017), resultó determinante en la vocación de Jean Paul Gaultier cuando lo descubrió a los 13 años en un pase televisivo. Por eso marca el inicio de la exposición sobre moda y cine que la Cinemateca francesa le encargó en 2021, que en 2022 llegó a España de la mano de CaixaForum. Y por eso la exposición está dedicada a su amiga Tonie Marshall (1951-2020), directora de cine e hija de la actriz Micheline Presle (coprotagonista de Falbalas), que en 2004 le dirigió en un documental sobre su trabajo creativo que homenajeaba a este título.
Tras pasar por los CaixaForum de Madrid, Barcelona y Sevilla, desembarca en el de Zaragoza esta exposición que deslumbrará a todo tipo de públicos. Y es que su puesta en escena, combinando trajes icónicos de clásicos del cine con ilustrativas fotografías y numerosos fragmentos fílmicos, compone un espectacular recorrido por las influencias entre dos universos de íntimas conexiones. Todo ello alejado de una visión historicista o académica, pues quien guía, como director artístico, es uno de los más famosos diseñadores de moda de la segunda mitad del siglo XX.

Jean Paul Gaultier fue el primer modisto que formó parte del jurado del Festival de Cannes, en 2012, todo un reconocimiento a su amor por el séptimo arte y a sus aportaciones para el mismo, algunas de las cuales se aprecian en la exposición junto a otras muchas que le sirvieron de referencia en su obra. De gustos eclécticos en la gran pantalla (admira tanto a Luc Besson, como a Peter Greenaway, Jean-Pierre Jeunet y Pedro Almodóvar, habiendo colaborado en sus filmografías), reconoce que su primera escuela de moda fue el filme Falbalas, melodrama que le fascinó en su recreación del mundo de la alta costura y la teatralidad de su desfile final, que contó con el vestuario y asesoramiento de Marcel Rochas. Visionario diseñador, a Rochas se le atribuye también la guêpière, un nuevo concepto de lencería femenina, moldeadora de silueta pero mucho más flexible que el corsé clasico. Gaultier retoma en la década de los ochenta esta lencería estructuradora y da un paso más allá presentándola como ropa exterior con una intención provocadora. Entre visillos, la muestra nos recibe entre la intimidad de esta lencería y la exhibición del desfile del largometraje de Becker. Lo femenino, enseguida contrastado con lo masculino, como arquetipo a dinamitar.
Porque la indumentaria ha contribuido históricamente de forma decisiva a la expresión en binario. No obstante, la convención de una estética para la mujer y otra para el hombre con el tiempo se ha ido difuminando. A ello han contribuido artistas que con su creatividad han revelado muchas otras posibilidades, como Jean Paul Gaultier, pionero en incorporar en sus desfiles modelos de muy diversas corporalidades, etnias, expresiones e identidades de género.
En la exposición, Gaultier subraya los arquetipos tradicionales entre los que creció: por un lado, feminidades explosivas como la representada en el vestuario hipersexualido de Marilyn Monroe, frente a otras más libres y sencillas como la de Brigitte Bardot y su look prêt-à-porter, sin olvidar la fidelidad a la alta costura francesa en los trajes de muchos personajes de coetáneas como Delphine Seyrig, Jeanne Moureau o Catherine Deneuve. Por otro lado, masculinidades de virilidad conquistadora, como los vaqueros encarnados por John Wayne, frente a otras que revelan su vulnerabilidad, como el Marlon Brando de Un tranvía llamado deseo, cuya camiseta imperio creó tendencia.
Alterar los códigos exteriores para reivindicar la libertad de vestirse como cada cual quiera. Como ejemplificaron algunas estrellas de Hollywood, caso de Marlene Dietrich y Katherine Hepburn al apostar por la androginia en algunas de sus caracterizaciones vistiendo prendas tradicionalmente masculinas como el pantalón o el esmoquin. Pero hubo que esperar varias décadas para que estas transgresiones dejasen de ser tan excepcionales.

Dentro de esas transgresiones, Querelle (Rainer W. Fassbinder, 1982) marcó a Gaultier, que influido por su homoerotismo subversivo convirtió la camiseta a rayas sin espalda en emblema de su primer desfile prêt-à-porter masculino en 1983, denominado L’Homme object (El hombre objeto).

Y si de manifestaciones de lo queer en el cine hablamos, apartado especial para Gaultier y Almodóvar, cuya falta de prejuicios y sentido del humor han volcado en tres colaboraciones: Kika (1993), La mala educación (2003) y La piel que habito (2011). Ambos comparten, asimismo, un mismo gusto estético que, además del iconoclasta vestuario cinematográfico para estos tres filmes, ha motivado sesiones singulares, como la fotográfica dirigida por Almodóvar para la revista Harper’s Bazaar, en un guiño a su película Entre tinieblas (1983), en la que Gaultier posó caracterizado de monja junto a la supermodelo italiana Mariacarla Boscono.
Y siguiendo con la cronología y sus renovaciones formales, la exposición dedica también espacios al cine de corte futurista (como La naranja mecánica) e impregnado de la cultura pop (caso de Blow up). En este contexto de los años sesenta, el polifacético fotógrafo William Klein dirige su primer largometraje, ¿Quién eres tú, Polly Maggoo? (1966), para Gaultier la mejor sátira cinematográfica del mundo de la alta costura, que se inicia con un delirante desfile de vestidos de metal. Klein, innovador en su fórmula de mezclar a las modelos con gente de la calle (dos mundos nada habituados entonces a interactuar), contó, veinte años después, con Gaultier para su documental Mode in France, filmándole en el backstage como homenaje a los vanguardistas modistos de su época que supieron romper con sus predecesores y apostar por una moda con sentido lúdico y rebelde.
A partir de finales de los sesenta el metal cobró protagonismo artístico en muchos ámbitos. Material asociado al mundo guerrero (como la mítica Juana de Arco, encarnada por actrices como Jean Seberg, Sandrine Bonnaire y Milla Jovovich), en 1968 fue Jane Fonda quien se enfundó en un traje retrofuturista metálico diseñado especialmente por Paco Rabanne para su personaje de la aventurera Barbarella.
Y siendo el vestuario también reflejo del estatus, no faltarán ejemplos de diseños donde se mezcle la magnificencia con los dobles sentidos, como en La reina Cristina de Suecia (Rouben Mamoulian, 1933) y Lisztomanía (Ken Russell, 1975).
Y qué mejor cierre que el punto álgido de la celebración de la moda: los desfiles. Si la exposición se abre con el que sirve de broche a Falbalas, resulta un absoluto acierto el despliegue escénico con el que concluye, ejemplificación perfecta del sentido del espectáculo que comparten cine y exhibiciones de moda, creaciones colectivas que buscan atrapar a su público en su envolvente propuesta.
Y así será como nos despida una muestra que, más allá de lo brillante de su selección visual, nos pondrá de relieve el rico imaginario cinéfilo de Jean Paul Gaultier, así como su plural y diversa mirada creativa, alterando convenciones (la mujer como sujeto y el hombre como objeto) e integrando estilos y formas de entender la vida a través de la indumentaria. Al fin y al cabo, la moda es un reflejo de la sociedad y, a la vez, un elemento transformador. Como el cine. Grandes teatros del mundo en los que somos, a la vez, intérpretes y público.