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Distopía es una palabra no incluida aún en el diccionario de la Real Academia Española pero cuyo uso se ha generalizado como antónimo de utopía. Incluso califica un subgénero dentro de la ciencia ficción que englobaría tramas ambientadas en sociedades hipotéticas de rasgos poco deseables. Dentro del abundante cine distópico podrían mencionarse clásicos como “Metrópolis” (1927, Fritz Lang), «Alphaville» (1965, Jean-Luc Godard), “El planeta de los simios” (1968, Franklin Schaffner), “La naranja mecánica” (1971, Stanley Kubrick) y “Blade Runner” (1982, Ridley Scott), así como la mayoría de títulos relacionados en 2013 y el mundo marcha, parte I y parte II.
Muestra emblemática de una distopía más que cercana y agitadora intensa de conciencias ha resultado ser “Black mirror”, serie televisiva del canal británico Channel 4, que solo con dos cortas temporadas (2011-2013), de tres episodios cada una, ya ha alcanzado el estatus de culto, pues tanto crítica especializada como un público casi unánime han coincidido en encumbrarla.
El título, “Espejo negro” en español, alude a las tintadas pantallas donde nos reflejamos sin darnos cuenta todos los días: las de la televisión, el ordenador, el teléfono móvil y todo dispositivo electrónico similar incorporado ya a nuestra rutina diaria con la saludable motivación de mejorar nuestra calidad de vida y favorecernos en la comunicación. El mensaje de la serie se sitúa en las antípodas de esta ilusión, ya que, con un intencionado tono sombrío que no admite concesiones, nos presenta el lado más oscuro de las nuevas tecnologías, ese lado fascinante que nos aliena. Pero no dogmatiza, pues su mejor baza es dejar cierto margen de discernimiento a sus personajes, dándonos a entender que, en última instancia, la decisión de cómo aprovechamos las herramientas que creamos es únicamente nuestra.
El tráiler original de lanzamiento de la serie ya resulta bastante ilustrativo:
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