Etiquetas
Antonio Santos, Cátedra, Ensayo, Felicidad, Libro, Signo e imagen, Tomás Moro, Utopía, Viaje
Viajar como experiencia iniciática o transformadora. Sumergirse en otros entornos como vía para emerger con más claridad sobre nuestra identidad y vocación. La utopía como lugar ideal de fin de trayecto donde lograr esa aspiración universal del ser humano: la felicidad.
Antonio Santos en su libro “Utopía y cine. Tierras de ningún lugar” (Cátedra, 2017, Col. Signo e Imagen) nos propone un completo viaje por territorios utópicos retratados por el cine. Una inmersión a lo largo y ancho de la historia del séptimo arte que nos permitirá tanto descubrir títulos poco conocidos como ver con otros ojos largometrajes clásicos, así como reflexionar sobre la naturaleza misma de la utopía, su fundamento y los motivos por los que sigue siendo energía de progreso y horizonte hacia el que dirigirse.
Cazadores de sueños
El cine siempre se ha interesado por lo irrepresentable (Serge Daney)
Puesto que sueña, el hombre es un ser utópico. La utopía es un mito ideal inherente a la condición humana; ha sido uno de los motores de la historia, y a ella debemos muchos de los logros que han conquistado las sociedades modernas cuyos artífices, a pesar de su natural imperfección, continúan soñando mundos mejores.
La utopía forma parte del imaginario colectivo de la humanidad. Y como tal, el cine no puede permanecer ajeno a sus atractivos, ni tampoco a sus riesgos y contradicciones. Con sus alforjas repletas de grandezas y de miserias, la utopía se descubre como una ficción a menudo bipolar; un anhelo irreprimible que no disimula sus peligros. Un sueño que brota con el hombre, y del que no podremos prescindir sin renunciar definitivamente a nuestra condición humana.
Este es el sugerente comienzo de la introducción, que nos adelanta el tono ensayístico, con no pocos toques líricos, que nos acompañará a través de las 444 páginas que componen la expedición que su autor nos propone a las Tierras de Ningún Lugar, poniéndolas en valor en cuanto que el servicio que sus relatos parabólicos presta a la sociedad merece ser teniendo en cuenta bajo la luz de una evidencia: que si no nos ocupamos del porvenir hoy, el porvenir terminará ocupándose de nosotros.
Santos nos inicia en el camino con las poliédricas visiones del concepto que vertebra el libro, partiendo de su precedente filosófico en la Grecia clásica (La República de Platón) y su propia acuñación terminológica en 1516 con Tomás Moro y su libro capital «Utopía». Precisamente con “Un hombre para la eternidad” (Fred Zinnemann, 1966), con Paul Scofield encarnando a Moro, arranca el análisis de los treinta y seis emblemáticos largometrajes que conforman un mapa maestro de espacios utópicos cristalizados en manifestaciones bien diversas.
Los primeros capítulos se centran en ámbitos geográficos delimitados, como el Nuevo Mundo identificado con América y sus personalizaciones en “La misión” (Roland Joffé, 1986) y “Palabra y utopía” (Manoel de Oliveira, 2000); urbes hospitalarias como Everytown de “La vida futura” (William Cameron Menzies, 1936) y Shangri-La de “Horizontes perdidos” (Frank Capra, 1937); ínsulas extrañas como las de “El valle” (Barber Schroeder, 1972) y “La playa” (Danny Boyle, 2000); y las idílicas recreaciones de John Ford de Irlanda, Gales o las islas de los Mares del Sur contenidas en “El hombre tranquilo” (1952), “¡Qué verde era mi valle!” (1941) y “La taberna del irlandés” (1963).
El autor nos conducirá después hacia dominios de origen mítico o legendario, paraísos arcádicos como los representados en “El romance de Astrea y Celadón” (Éric Rohmer, 2007), “Brigadoon” (Vincente Minnelli, 1954) y “Los sueños” (Akira Kurosawa, 1990). Tras una parada recordando la experiencia aventurera de Gulliver en el reino de las criaturas Houyhnhnms y en la isla flotante de Laputa, en versión esta última de Hayao Miyazaki en su deliciosa “El castillo en el cielo” (1986), se nos ofrece transitar por utopías de corte político recreadas por cineastas pioneros como Eisenstein en “La línea general” (Lo viejo y lo nuevo, 1929) y King Vidor en “El pan nuestro de cada día” (1934), y por otros menos conocidos como el inglés Kevin Brownlow en “Winstanley”, el francés Jean-Louis Comolli en “La Cecilia” (1975) y el rumano Savel Stiopul en “Falansterul” (1979).
En nuestro itinerario conoceremos también una serie de comunidades refractarias que se resisten a la evolución del tiempo y de la historia, como la de los colonos de “El bosque” (M. Night Shyamalan, 2004), los amish de “Único testigo” (Peter Weir, 1985) y los menonitas de “Luz silenciosa” (Carlos Reygadas, 2007), más las poblaciones imaginarias de “Pleasantville” (Gary Ross, 1998) y Seahaven en “El show de Truman” (Peter Weir, 1998).
No faltará una visita a la utopía más entrañable: la del retorno a la libertad y diversión asociada a nuestra infancia. Con Walt Disney como anfitrión del universo creado con sus películas y su particular capital fijada en Disneylandia. Será este parque temático la puerta simbólica hacia otros entornos hermanos como el materializado en “Tomorrowland: El mundo del mañana” (Brad Bird, 2015), la Isla de los Juegos de “Pinocho” (Walt Disney Productions, 1940), el parque Delos de “Westworld” (Michael Crichton, 1973) y la Isla Nublar de “Parque Jurásico” (Steven Spielberg, 1993).
En este completo periplo Santos nos hará desembocar en el territorio de Paideia, la utopía educativa, ilustrándola con plasmaciones literarias como la de la novela “Walden Dos” (1998) de B.F. Skinner,y fílmicas como las de “Un lugar en el mundo” (Adolfo Aristarain, 1992), “El milagro de Candeal” (Fernando Trueba, 2004) y “Captain Fantastic” (Matt Ross, 2016). El autor subraya con este capítulo final el papel de la cultura y la formación en todo proyecto de transformación: No hay ciencia, ni utopía, ni mucho menos progreso, sin educación.
El libro no omite que el sueño utópico, en cuanto que su creador y protagonista es el hombre, un ser esencialmente imperfecto, complejo y contradictorio, contiene en su seno el germen de la pesadilla apocalíptica, si bien avanza que las conocidas como distopías tendrán su desarrollo en un próximo volumen complementario.
Por de pronto, esta didáctica y variada travesía por tierras de ningún lugar concluye con un epílogo esperanzador al hilo del exitoso documental francés “Demain” (Mañana, 2015), donde sus directores Cyril Dion y Mélanie Laurent, partiendo de las previsibles consecuencias nefastas derivadas del cambio climático, persiguen concienciar y movilizar a la ciudadanía como agentes positivos para evitarlo. El documental, en clave divulgativa, apuesta por un mañana mejor desde experiencias y proyectos puestos en práctica a lo largo del todo el mundo.
Veintitrés páginas finales recogen una completísima bibliografía con la que poder seguir profundizando en el vasto mundo de lo utópico. Asimismo destacables son la serie de citas que introducen, como evocadores anticipos, cada capítulo y estudio fílmico particular. Sirvan dos como botón de muestra:
Nuestra tarea consiste en fundar un gobierno dichoso, un Estado en el que la felicidad no sea patrimonio de un pequeño número de particulares sino común a toda la sociedad (Platón, La República o El Estado), pág. 63.
La educación no transforma el mundo. La educación cambia a las personas. Las personas transforman el mundo (Paulo Freire), pág. 407.
Como síntesis, una estimulante lectura no solo para amantes del cine sino también para quien quiera aventurarse en ilusionantes paisajes donde, sin olvidar sus riesgos y sombras, la armonía y el equilibrio personal y colectivo son aspiraciones alcanzables y motivadoras.
SOBRE SU AUTOR
Antonio Santos es Doctor en Historia del Arte, profesor del Departamento de Educación de la Universidad de Cantabria y uno de los docentes más veteranos de la Cátedra de Historia y Estética de la Cinematografía de la Universidad de Valladolid. Especialista en cine japonés, ha publicado completas monografías dedicadas a dos de sus más prestigiosos directores: «Kenji Mizoguchi» (1993) y «Yasujiro Ozu: Elogio del silencio» (2005), así como un profundo estudio titulado «En torno a Noriko» (2010) centrado en tres de las mejores películas de Ozu («Primavera tardía», «Principios de verano» y «Cuentos de Tokio») protagonizadas por una joven con el mismo nombre y encarnada por la misma actriz (Setsuko Hara). Asimismo es autor de exclusivos video-ensayos incluidos como contenidos adicionales en las colecciones en DVD y Blu-Ray de las filmografías de Akira Kurosawa y Yasujiro Ozu editadas por A Contracorriente Films. También ha escrito «La trama policial en el cine» (1995) y dos libros consagrados a un clásico de la literatura española: «El sueño imposible: Aventuras cinematográficas de don Quijote y Sancho» (2006) y «Barataria, la imaginada: El ideal utópico de don Quijote y Sancho» (2008).
¡Me encantoo!
Gracias, singleflowerok. Esperamos con gran interés el libro que se anuncia como su continuación, centrado en las distopías en el cine.
¡Cuán cerca están de la distopía algunas de las utopías detrás de las imágenes de esta entrada! Literatura y cine nos enseñan con frecuencia que es peligroso aspirar a la utopía…
Cierto, Carlos, como plantea Antonio Santos, cuando el proyecto utópico aspira a detener la historia en una sociedad cerrada y a menospreciar a quienes no comparten sus ideales, el sueño se transforma en pesadilla. Si bien su parte positiva se revela como conciencia anticipatoria de horizonte al que dirigir nuestros pasos para conseguir ese viejo ideal humano de un mundo mejor. Como indica el autor: «La imaginación utópica debe corregir la tendencia natural del desencanto que deriva a rendirse a las cosas tal como son, renunciando a luchar por las cosas tal como debieran ser».
Hola!!
Interesante travesía por el mundo de la utopía. Atractivo y no carente de peligro por su posible final apocalíptico, si bien yo sigo creyendo y teniendo fe en el ser humano; por ello coincido con el autor en su epílogo y espero un futuro esperanzador donde la «educación sea la base para cambiar a las personas y estas transformen el mundo».
Gracias.
Un beso
Sí, Mercedes, como dice Antonio Santos recordando a Noam Chomsky: “Si renuncias a la esperanza, es que ya no hay esperanza”, subrayando el papel del cine como instrumento privilegiado a la hora de educar en valores. Y entre las interesantes aplicaciones prácticas que cita se sitúa el proyecto de innovación en la enseñanza pública que lanzó en 1991 George Lucas con el nombre de Edutopia, que reúne vídeos y material educativo con marcado acento en la educación audiovisual (https://www.edutopia.org/).
Beso cinéfilo y gracias por tu comentario.
¡Ya sé lo que me voy a pedir para los Reyes Magos!
Como siempre tu texto… ¡anima a hundirse en las páginas de este libro!
Beso
Hildy
Siendo que utopía y esperanza en un futuro mejor se dan la mano, desde luego que será una buena forma de comenzar el nuevo año. Estoy convencida de que te gustará. ¡Que lo disfrutes!
Beso animoso.
Pingback: Futuros imperfectos: “Tiempos de ninguna edad. Distopía y cine”, de Antonio Santos (I) | atmosferacine
Gracias Atmósfera cine por conseguir de nuevo ilustrarnos e ilusionarnos de una forma realmente positiva, esperanzadora y realista. Desconocía (entre otras muchísimas cosas) el término de Edutopía y el proyecto de George Lucas y me ha encantado.
«Lleva algún tiempo aprender a utilizar la libertad», Robert Doisneau.
Esa libertad basada en la capacidad de elección fruto de una educación no perversa, sino infantil, de juego, descubrimiento y valentía.
Gracias de nuevo por desplegar tanta inteligencia social, como diría José Antonio Marina.
Gracias a ti, Mónica, por tu comentario e interesante apunte sobre la libertad. Cierto que el proyecto de George Lucas es una experiencia muy interesante. El The New York Times dijo como titular al respecto: «Como Aristóteles con un sable ligero, Lucas insta al aprendizaje práctico». Un guiño muy ilustrativo.
Pingback: Futuros imperfectos: “Tiempos de ninguna edad. Distopía y cine”, de Antonio Santos (y II) | atmosferacine