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El placer cinéfilo es pleno cuando la proyección te atrapa, te enseña y divierte a partes iguales y al concluir te deja con ganas de más o con la sincera intención de repetir visionado en cuanto puedas. Esto me sucedió con dos de los documentales de la Sección Tiempo de Historia de la pasada Seminci, programados fuera de concurso. Puro disfrute. Ambos centrados en los mecanismos que mueven la creatividad, sus resultados y los efectos que estos provocan.

Alfred Hitchcock empleó 78 ángulos de cámara y 52 tomas para componer una escena inmortal de la historia del cine. Una semana de las cuatro que duró el rodaje de «Psicosis» la invirtió en la secuencia del asesinato en la ducha. «78/52» se dedica de forma pormenorizada a analizar el virtuosismo de su autor al planificarla y ejecutarla.

La veterana cineasta belga Agnès Varda, la dama de la Nouvelle Vague que acaba de recibir un premio Oscar honorífico, y el fotógrafo y artista gráfico francés JR, cuando se conocieron en 2015 decidieron trabajar juntos compartiendo su pasión por expresarse en imágenes. Este deseo se materializó en el proyecto que registran en «Caras y lugares» (Visages villages), con el que han recorrido diferentes espacios de la Francia rural.

78/52, tras los pasos del Hitchcock más puro

El reconocido maestro del suspense declaraba en la entrevista que sustentó el libro propiciado por François Truffaut “El cine según Hitchcock”, que en “Psicosis” le importaba muy poco el argumento y los personajes, estando centrado su interés en que la unión de planos, la fotografía, la banda sonora y el conjunto de aspectos técnicos provocaran el grito del público, de forma que más que lograr una gran película, lo que pretendía era divertirse con la experiencia de emocionar al público mediante el arte cinematográfico en estado puro.

Alexandre O. Philippe, cineasta de origen suizo afincado en Estados Unidos, donde se formó y trabaja como director creativo de las productoras Cinema Vertige y Exhibit A Pictures, desde sus inicios como guionista, productor y director, ha mostrado su vocación por examinar iconos populares, fundamentalmente desde la estructura documental, como en «Earthlings: ugly bags of mostly water» (2004), en torno al fenómeno de la saga «Star Trek»; «The people vs. George Lucas» (2010), sobre el legado cultural de Lucas con la trilogía original de «La guerra de las galaxias»; «The life and times of Paul the Psychic Octopus» (2012), alrededor del pulpo Paul y su consideración de oráculo durante el Mundial de fútbol de 2010, y «Doc of the dead» (2014), que profundiza en la evolución del género zombi en el cine y la literatura, así como su impacto e influencia en la cultura pop.

Su admiración por Alfred Hitchcock le llevó a focalizarse en la escena de la ducha de «Psicosis» (1960), que para él «cambió la forma de ver el cine», definiendo «78/52» como una obra que cuenta «la historia del hombre detrás de la cortina y de su mayor obsesión». Con el testimonio de Marli Renfro, la modelo doble de cuerpo de Janet Leigh en dicha escena, que recuerda el carácter minucioso de su director, comienza Philippe un apasionante y apasionado ensayo cinematográfico sobre el antes, durante y después de la realización de este clásico. Así, se especula sobre las verdaderas intenciones de Hitchcock, más allá de ese declarado lúdico juego de manipulación, que tras el éxito de «Con la muerte en los talones» en un brillante Technicolor y salpicada de fino humor, parece que quiso inclinarse por una historia mucho más negra, física y metafóricamente, al estilo de películas triunfantes entonces como la francesa «Las diabólicas» (1955), de H.G. Clouzot.

Se detiene Philippe en la importancia de la trama que precede al clímax de la ducha, con detalles como el de la elección del cuadro que oculta el agujero en la pared a través del cual Norman Bates observa a Marion Crane, todo un ejemplo de cómo en una obra maestra nada queda al azar. Imprescindible el reconocimiento al compositor Bernard Herrmann, artífice de una de las partituras más escalofriantes del cine, de cuya adaptación para el remake que en 1998 dirigió Gus Van Sant se encargó Danny Elfman, como este mismo recuerda en el documental. Especialmente didáctica, por lo concienzuda, resulta la recreación sonora del acuchillamiento, para la que Hitchcock motivó que se ensayara sobre un montón de melones, hasta dar con el más jugoso y acertado, el casaba (conocido también como melón verde o rocío de miel), para mezclar su efecto con el del apuñalamiento de un filete de carne; o de cómo la experimentación transforma los trucos más prosaicos en realidad envolvente.

La sucesión de toda esta completísima clase magistral de cine mantiene la armonía visual con su objeto de estudio, optando por un brillante blanco y negro donde resuena en todo momento el espíritu hitchcockiano, evocado a través de una nueva filmación de muchos de los momentos de «Psicosis», desde la inquietante noche lluviosa en que Marion llega al fatídico Motel Bates a la aproximación de la siniestra silueta que se acerca amenazante a la joven protagonista en la ducha.

No menos cuidado, con ecos del inolvidable motel, es el marco de fondo donde cerca de cuarenta profesionales del cine ofrecen su testimonio.

En este aspecto, Philippe, además de usar material de archivo, cuenta con un elenco de lujo para las declaraciones actuales que subrayan la valiosa aportación que ha supuesto este largometraje, estructuradas en un nivel técnico, con veteranos como el editor y diseñador de sonido Walter Murch; el nivel del entusiasmo de cineastas como Peter Bogdanovich, Guillermo del Toro y Karyn Kusama o intérpretes como Elijah Wood; y el nivel más íntimo, con intervenciones como la de la actriz Jamie Lee Curtis, hija de Janet Leigh, y Tere Carrubba, nieta de Hitchcock.

En definitiva, lo peor de «78/52» es que concluya tras noventa y un minutos sin desperdicio, conscientes de que con la excusa de la escena más famosa de «Psicosis», de escasos tres minutos, se nos ha ofrecido un ejercicio metalingüístico que nos ha hecho amar aún más la magia provocada por el lenguaje cinematográfico en estado puro.

Se ha anunciado que la nueva película de Alexandre O. Philippe se concentrará en otro clásico del terror: «Alien, el octavo pasajero» (1978), y su también mítica escena del alienígena surgiendo del vientre de Kane. Habrá que seguirle la pista.

Agnès Varda y JR, ingenio y humor lejos del mundanal ruido

“Caras y lugares” arranca con una dinámica narración de cómo no se conocieron Agnès Varda y JR. Este peculiar érase una vez cómo surgió el encuentro entre, a priori, una extraña pareja, ya aporta la primera pista del original carácter de ambos.

Agnès Varda, nacida en Bélgica en 1928 y formada en fotografía en la Escuela del Louvre, precursora de la Nouvelle Vague, ha destacado dirigiendo  ficciones como “Cleo de 5 a 7” (1962), “La felicidad” (1965) y “Sin techo ni ley” (1985), así como documentales de tono realista y social, caso de “Daguerrotipos” (1976), en el que filmó a los comerciantes de la calle parisina de Daguerre donde ella vivía, y su celebrado “Los espigadores y la espigadora” (2000), sobre quienes viven de lo dejado por otros.

JR, nacido en Francia en 1983, aunque popular sobre todo como artista gráfico de grandes formatos en blanco y negro expuestos al aire libre, también se ha situado al frente de varios cortometrajes y del largometraje documental «Women are heroes«, donde incluye sus obras fotográficas como parte del relato. Este documental formó parte de un proyecto desarrollado entre 2008 y 2009 en distintas ciudades de África, Brasil, India y Camboya, en el que, con el fin de visibilizar el papel social esencial que desempeñan las mujeres que viven en zonas de conflicto, víctimas principales de los mismos, JR colocó enormes fotos de sus rostros y ojos allí donde vivían.

Varda y JR, dos artistas comprometidos con la realidad más humana de su entorno, que parecían predestinados a entenderse, como nos regala la vitalista “Caras y lugares”.

La química y sentido del humor que enseguida se percibe entre ellos les lleva a iniciar un proyecto conjunto que potencia su gran ingenio individual, plasmando las ideas fotográficas que les surgen involucrando a la gente de los pueblos franceses que visitarán, haciéndoles partícipes y protagonistas de su creatividad, a la vez que reivindican sus figuras porque “cada rostro tiene su historia”. En su aventura rural les acompañaremos, montados en una curiosa furgoneta fotomatón que imprime las instantáneas gigantescas con las que empapelan los escenarios elegidos. De este modo, asistiremos a cómo cobran vida con grandes retratos tanto calles céntricas como espacios rutinarios de trabajo, barriadas de resistentes o rincones abandonados, así como a las reacciones que estas iniciativas suscitarán (desde la sorpresa a la emoción, pasando por la satisfacción evidente por ser reconocidos públicamente). Habitar lugares con estos rostros o figuras completas, se articulará con múltiples resonancias: de recuperación de la memoria colectiva (el barrio semiabandonado de mineros, las ruinas de las afueras), de testimonio del factor humano que mueve el trabajo allí generado (el frontal de la granja, el mural de la fábrica industrial, el puerto –donde, como toque feminista de Varda, se fotografía a las mujeres de los estibadores en lugar de a estos-), de aporte estético aprovechando como recurso a sus propios habitantes habituales (la interminable baguette, las fachadas con las figuras de la joven camarera y el cartero)…
Especialmente interesantes resultan dos intervenciones fotográficas: por un lado, la que supone colocar una instantánea de Guy Bourdin, tomada por la propia Varda en 1954, en un búnker abandonado en mitad de una playa, que ilustra concisamente todas las fases del proceso creativo y subraya el carácter efímero de sus resultados, por más que se aspire a la inmortalidad; por otro lado, la que nos permite ver a través de los ojos gastados de Agnès Varda y a estos, en tamaño inmenso, viajando en diversos transportes, síntesis perfecta de cómo el arte es un medio que acerca al espectador a otras miradas y, a la vez, alas que permiten volar lejos al artista.

Además de su celebración del hombre y mujer anónimos, “Caras y lugares” recuerda a diversos artistas, como a la escritora Nathalie Sarraute, los fotógrafos Henri Cartier-Bresson y Guy Bourdin y dedica momentos especiales al cineasta Jean-Luc Godard que se erigen en hilo conductor indirecto de la narración (impagable la escena en que JR y Varda protagonizan su versión gamberra de la carrera por el Museo del Louvre de “Banda aparte”) y que vertebrarán una subtrama de cierto suspense que cristaliza emotivamente al final del documental.

Con todo el rico contenido expuesto, “Caras y lugares” se nos despliega como un paisaje-collage que rinde tributo al proceso creativo y a la vibrante vocación de todo artista, a los seres humanos y a sus historias como fuente de inspiración y materia de riqueza colectiva, a la amistad y a la cooperación.

Entre las muchas instantáneas que se nos quedan en la retina tras terminar “Caras y lugares”, rescataría dos: la de sus autores posando alegremente ante una de sus enormes fotos con dos grupos de obreros que anteriormente también se divirtieron colaborando en su gestación, y la de ambos sentados juntos, de espaldas a cámara, compartiendo horizonte común y hablando en un momento de tranquilidad, reflejos de la expresión del arte como pálpito de vida y como sosiego y vínculo de espíritus afines e inquietos.

Título dado en México y cartel promocional