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Kubrick es un cineasta inagotable. Lo demuestra cualquier aproximación a su obra, que tanto tomada en singular como en conjunto, da juego a poliédricos análisis y jugosas interpretaciones. La exposición que le dedica el Círculo de Bellas Artes (CBA) de Madrid, que entra en su recta final concluyendo el 8 de mayo, resulta un magnífico ejemplo. Más aún para quienes visitamos la albergada en el CCCB entre octubre de 2018 y marzo de 2019 y hemos acudido a Madrid para sumergirnos en esta, comprobando la insondable profundidad del legado de su autor al exhibirse desde una nueva perspectiva, la de su comisaria local, la periodista especializada en cine, Isabel Sánchez.

Como prólogo para quien lo desconozca, apuntar que Stanley Kubrick.The exhibition nació ideada por Hans-Peter Reichmann y Tim Heptner para el Deutsches Filmmuseum de Frankfurt en 2004 y desde entonces ha viajado por el mundo mutando de apariencia en cada país, a criterio último de quien la comisaria en cada ciudad, que tomando como base un ingente catálogo de miles de piezas puede elegir y organizar, de forma que el puzle final mostrado al público contará con una identidad singular y única, fruto de la creatividad del equipo responsable de su montaje en el lugar. A Madrid llegó el pasado diciembre organizada por Sold Out y el Círculo de Bellas Artes (CBA), con la colaboración del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), constituyendo, sin duda, una de las mejores muestras culturales temporales que pueden disfrutarse en la capital española desde entonces; y, siendo amante del cine, imperdible.

El haber disfrutado de dos de sus manifestaciones, en Barcelona y Madrid, permite un interesante ejercicio de reflexión sobre la dificultad de entablar una narración expositiva que resulte tanto atractiva per se como innovadora para quienes hayan visitado anteriormente otra sobre el mismo autor partiendo, además, de muchos elementos que, casi inevitablemente, se repetirán por su especial relieve. Que el resultado último satisfaga por completo tanto a neófitos como a repetidores de la visita a la ejemplar obra de Kubrick, no deja de ser un doble triunfo a la altura del maestro protagonista de la exposición.

De la disposición cronológica del CCCB en una única (enorme) planta, con numerosas aportaciones audiovisuales de producción propia que la enriquecían, ya escribí en dos largas entregas ampliamente ilustradas en Stanley Kubrick en imágenes (I) y Stanley Kubrick en imágenes (y II). Comisariada por Jordi Costa, las cifras de asistencia la convirtieron en uno de los mayores éxitos de su espacio museístico. En Madrid, el primer reto derivaba de ser exhibida dentro del recinto del CBA en dos salas de diferentes plantas: Goya y Picasso, lo que, de optar por una estructura similar a la muestra barcelonesa, implicaba la ruptura de la linealidad del discurso temporal al fragmentar la filmografía de su director. La decisión materializada en este doble escenario sabe rentabilizar esta circunstancia, volviendo virtud el desafío: jugar con la dualidad y duplicidad implícitas en la obra de Kubrick, sobre todo en su primera sala, que nos permite iniciar el recorrido expositivo desde una óptica conceptual, contextualizando las bases de su filmografía. De lo dual contrapuesto al complejo universo poliédrico de su autor, referente indiscutible en la historia del séptimo arte. Una suculenta fórmula de entrar en su universo.

Sala Goya: En la mente de un genio

De esta forma, en la sala Goya, ubicada en un primer nivel del vestíbulo del CBA, se nos van revelando las grandes claves que vertebran la obra kubrickiana: la mirada, el espacio y el tiempo, el humor, la palabra, el deseo, la guerra y la relación entre poder e historia, enlazándose ante todo con los primeros títulos de su trayectoria.

Antes de acceder a ella, como bienvenida para ir tomando temperatura, la puesta en escena de una de las señas formales más características de Kubrick: la perspectiva frontal con punto de fuga, que atrapará nuestra atención al subir la escalinata de entrada a la sala, que nos recibirá con un videomontaje de secuencias fílmicas que la ilustran a la perfección. Un ya fascinante arranque.

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Arranque que será replicado por la vitrina central de la sala, que la cruzará recordándonos tantos planos secuencia de Kubrick que nos conducían por estrechos espacios de profundos recorridos.

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“Jacob Kubrick enseñó a su hijo Stanley, cuando este cumplió 12 años, a jugar al ajedrez y, con 13, le regaló una cámara Graflex. El ajedrez moldeó su mente. Con la fotografía aprendió a mirar”.

Este texto introductorio del primer espacio marca el tono, didáctico, cercano y conciso, con el que se nos irá guiando con los rótulos explicativos y frases que acompañan a los más de 600 objetos de la muestra, que incluyen originales de correspondencia, planes de rodaje, guiones, libros inspiradores, cámaras, instantáneas, maquetas, atrezzo, vestuario, videomontajes, claquetas…

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Todo comenzó con una mirada, la mirada de un joven inquieto que con tan solo 17 años comenzó a trabajar en la prestigiosa revista Look (mirada en castellano) como reportero gráfico tras venderle la foto de un apesadumbrado dependiente de kiosko rodeado de prensa en la que destacaba el titular Roosevelt ha muerto. En conexión con ello, en un estante cercano cabrá contemplar algunas de las primeras cámaras de Kubrick, así como varios de los objetivos más significativos usados posteriormente en su cine y que le facilitaron soluciones lumínicas innovadoras.

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La dualidad subyacente en su obra encuentra su jalón inicial en su primer corto documental, Day of the Fight (1951), sobre el boxeador Walter Cartier, que contaba con un hermano gemelo. El detalle de los rótulos de cabecera con el texto en castellano en negro y el de inglés en blanco, incide de forma elegante en el contraste a dos, como el tablero de ajedrez donde se reproduce la partida entre el astronauta Frank Poole y la supercomputadora HAL 9000 en la inolvidable 2001: una odisea del espacio.

Miedo y deseo (1953), su primer largometraje, fue un título premonitorio de dos de las constantes temáticas de su obra, además de recoger también el asunto del doble y suponer su primer acercamiento al género bélico (aunque el cartel divulgativo, como reclamo publicitario, no se ajustaba a ello).

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Los tratamientos del espacio y del tiempo forjaron dos de las fortalezas de la obra kubrickiana, moldeando decorados de amplias resonancias atmosféricas y elipsis (la más famosa, la de 2001: una odisea del espacio) o momentos vitales de sus personajes subrayados por ritmos del reloj cuidadosamente manipulados.

El humor vertebra también la filmografía del cineasta. Como botón de muestra de la exposición, su uso en ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, en cuya sala de guerra acontecían disparatados momentos. Sala, por otra parte, icónica como espacio dramático, hasta el punto de que se cuenta que Ronald Reagan cuando llegó a la Casa Blanca preguntó por ella.Kubrick-Expo Circulo Bellas Artes Madrid-Isabel Sanchez Comisaria (10)

Como lector empedernido, la palabra resultaba trascendental para Kubrick. La mayoría de sus títulos son adaptaciones literarias, contando en la elaboración del guion con los propios autores del texto original. Además, le gustaba supervisar los doblajes de sus películas para asegurarse de la fidelidad de las traducciones a sus concepciones en inglés.

El deseo se ilustra especialmente en la sala Goya a través de Lolita, adaptación de la novela homónima de Vladimir Nabokov, en la que Kubrick esquivó la censura de la época mediante un modulado cruce entre novela negra y humor negro, además de lograr lanzar al estrellato, antes de su estreno en pantalla grande, a la novel Sue Lyon mediante un reportaje fotográfico promocional en la revista Look que adelantaba el erotismo con el que rodeaba a su personaje.

 

La guerra fue otra de las protagonistas de su filmografía. En seis de su trece largometrajes se ocupó de ella: Miedo y deseo (1953), Senderos de gloria (1957), Espartaco (1960), ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964), Barry Lyndon (1975) y La chaqueta metálica (1987). Lo que conecta con la base histórica de gran parte de su obra y su interés por los mecanismos del poder. De ahí que no sea casual que su proyecto estrella nonato girara sobre la figura de Napoleón, considerando, además, que Kubrick era un gran amante del siglo XVIII como siglo de las luces, del nacimiento de los Estados modernos y de la representación social con los inicios de las celebraciones carnavalescas. Su admiración por el militar y estadista francés que se alzó como emperador le llevó a documentarse de forma extrema para reconstruir su vida minuciosamente; esta obsesión se simboliza en la biblioteca infinita a la que cabe asomarse en un juego óptico creado con algunos de los muchos libros que recopiló para su ardua investigación histórica.

Entre la avanzada planificación de la película sobre Napoleón, diseños de vestuario acabados y hasta parte del elenco elegido. Problemas financieros dieron al traste su materialización. Otro ejemplo de proyecto inacabado fue Los papeles arios, vinculado al origen judío de Kubrick y a su deseo de dirigir una historia intimista sobre el Holocausto, pero la coincidencia con La lista de Schindler de Steven Spielberg le llevó a desistir de su ejecución. Curiosamente, dejó en manos de Spielberg otro de sus sueños cinematográficos por considerar que aún no existía la tecnología adecuada para abordarlo: Inteligencia artificial.

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Caja de madera, en forma de maletín, del exhaustivo plan de rodaje de “Los papeles arios”, que demuestra que la inventiva de Kubrick en la era analógica suplía muy bien la falta de software que hoy se emplearía para ello

Espartaco sintetizó muy bien los vaivenes del poder, inclusive en sus entresijos creativos por los egos de su equipo artístico. En torno a ella, la exposición recoge diversos vídeos que incluyen las escenas adicionales rodadas en España, en particular en la provincia de Madrid, como las ambientadas en Colmenar Viejo. Asimismo resultan muy interesantes los guiones gráficos dibujados por Saul Bass, que además de encargarse de los créditos iniciales, planificó con detalle exquisito muchas de las épicas secuencias del filme. Posteriormente, Bass colaboró también con Kubrick en El resplandor, para cuyo cartel final tuvo que presentarle varios cientos de bocetos, una anécdota más de la especial exigencia del director hasta encontrar el resultado que consideraba óptimo.

Sala Picasso: Paseando por los sueños lúcidos de un visionario

Kubrick nos regaló la oportunidad de experimentar sueños lúcidos en torno a temas de triste y permanente actualidad, como la violencia o la guerra, y otros impregnados de misterio y ambigüedad, como su magistral 2001: una odisea del espacio y Eyes wide shut, su película póstuma de 1999. Precisamente ambos largometrajes son el inicio y el cierre de la muestra desplegada en la sala Picasso del CBA, en su planta segunda, tomando como motivación que en el primero citado ya pudo llevar al cien por el cien el timón de su rumbo como innegable capitán, tras la mala experiencia sufrida durante el rodaje de Espartaco.

En esta sala el acento se marcará en la recreación atmosférica de las tramas de sus historias, con las claquetas originales de sus rodajes como elementos de entrada, como si nos marcarán el pasen y… ¡acción!

El viaje en el tiempo, al pasado y al futuro, de 2001: una odisea del espacio, nos recibirá, entre un traje de simio y otro de astronauta. Como parte de la ambientación, una reproducción en su escala real de la sala de mando de HALL 9000 y una maqueta a escala 1:20 del curioso pasillo centrífugo de la nave espacial, sin faltar el libro base de la trama y numerosos diseños que convirtieron al filme en toda una obra de vanguardia.

En La chaqueta metálica, basada en la novela semibiográfica de Gustav Hasford, asistiremos a la violencia institucional ejercida para conseguir máquinas humanas de matar. En ella nuevamente la dualidad se dejará notar, en esta ocasión en su subrayada estructura: el proceso de deshumanización de los reclutas en su primera parte y su conversión en víctimas-verdugos en la segunda. La secuencia mostrada del corte de pelo, como medida de pérdida de identidad, al igual que otros muchos detalles narrativos del cine de Kubrick, fue rigurosamente documentada en fuentes gráficas de la época.

En esta planta viajaremos también al siglo XVIII, marco de aventuras y desventuras (ascenso y caída) del joven irlandés Barry Lyndon, recreado igualmente de fidedigna forma tras un completo estudio histórico plasmado en un vestuario exquisito y en un detalladísimo storyboard. Entre lo más destacable, el uso de lentes especiales para conseguir rodar, de forma verídica, con luz natural en condiciones adversas.

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Después nos adentraremos en dos de los mundos más inquietantes inmortalizados por el cineasta, los correspondientes a El resplandor, su primera incursión en el género de terror, y a La naranja mecánica. En ambos, además de apoyarse en libros con tramas donde reconocer otras constantes de su director, la palabra cobrará relevancia singular, siendo un escritor el protagonista de la primera y, en la segunda, como parte de una jerga especial que usarán Álex y sus secuaces (Nadsat, una muestra de cuyo vocabulario se recoge en la exposición).   

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Para concluir, entre la dualidad de lo masculino y lo femenino, el miedo y el deseo, lo real y lo soñado (no en vano toma como base la novela corta del austríaco Arthur Schnitzler Relato soñado), la muestra nos introducirá en la intimidad del matrimonio interpretado por la entonces también pareja formada por Nicole Kidman y Tom Cruise, que se enrolan en Eyes wide shut en una carrera de fantasías que mezcla lo esotérico con el erotismo componiendo un juego de espejos de imprevisibles consecuencias. Una sala de máscaras, envuelta en penumbra, nos susurrará las verdades y mentiras que se esconden tras las apariencias.

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Porque a estas alturas de exposición, no habrán pasado desapercibidos los diferentes paisajes sonoros como fondo acompañante en cada tramo, aportando su toque temperamental.

Epílogo expositivo

En el tramo final de la sala, como despedida, varias sopresas para conocer algo más al hombre tras el cineasta, como un audiovisual-collage creado por Manuel Huerga (producción propia del CCCB, cedido, junto con otros montajes, tras el paso de esta exposición por la capital condal), la cronología completa de la vida y obra del director como panorámica vital, y el diálogo de cierre de su último largometraje, un guiño íntimo a esa brújula que a menudo precede nuestros pasos: el deseo.

Tras todo este completo recorrido, el deseo que nos condujo hasta el CBA no es extraño que se haya convertido en puro goce cinéfilo.

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Por todo ello, mi agradecimiento especial a la comisaria de la exposición, Isabel Sánchez, por la amable y nutritiva visita guiada que nos dispensó, dándole la enhorabuena por ofrecernos esta nueva oportunidad de navegar por el vasto océano de este perfeccionista irredento que nos dejó un buen puñado de obras maestras del cine.

La comisaria de la exposición posando amablemente tras la visita guiada que tuvimos la suerte de recibir

Epílogo personal

Para conocer mucho más y mejor esta maravillosa exposición, recomiendo que visitéis El blog de Hildy Johnson, donde Isabel nos regala periódicamente publicaciones que demuestran su pasión fílmica y su dominio analítico. Allí ha recogido dos completos artículos dedicados a esta muestra, bajo el título Stanley Kubrick, relatos soñados (I). Diez claves para disfrutar la sala Goya y Stanley Kubrick, relatos soñados (y II). Diez claves para disfrutar la sala Picasso, basados parcialmente en la conferencia que impartió el pasado 21 de marzo en el CBA de Madrid, promovida por la Escuela Sur de profesiones artísticas, que se articula como complemento perfecto para ahondar en la filmografía de este universal artista (acceder a ella desde aquí).

Durante la pasada Semana Santa, en una cadena televisiva emitieron, siguiendo cierta costumbre para tales fechas, Espartaco. A pesar de haberla visto ya varias veces, volví a engancharme en su trama y repetir la experiencia de seguir las desventuras encarnadas magníficamente por Kirk Douglas como el gladiador que lidera toda una revolución social. En una de sus escenas, ya como seres libres en busca de un futuro mejor, este se lamenta ante su amada Varinia (Jean Simmons), tras escuchar un poema recitado por Antonino (Tony Curtis), de su ignorancia y falta de cultura para comprender tantas cosas admirables que le rodean. Toda una declaración de la importancia del conocimiento como llave para entender y valorar más la belleza y el sentido de lo que nos envuelve. Con exposiciones como esta, la obra de un autor que sumó grandeza al llamado séptimo arte, se nos hace un poco más asequible, un poco más cercana y más nuestra, imprimiéndonos ganas de continuar explorándola, como evoca el monolito de 2001: una odisea del espacio, un elemento enigmático que, finalmente, revela su misterio al astronauta Dave Bowman transmutando su naturaleza. Y es que los grandes finales son aquellos que no terminan con el rótulo The end, sino que tras él nos hacen sentir una transformación, infiltrándonos la curiosidad de seguir aprendiendo e indagando.

Kubrick y su mirada-Expo comisariada por Isabel Sanchez-CBA Madrid-Fotomontaje AtmosferaCine

Fotomontaje propio con dos imágenes de la exposición: del efecto de la «biblioteca infinita» y del ojo de Kubrick fotografiado por el reportero gráfico Weegee. Las infinitas oportunidades que nos ofrecen la curiosidad y el saber